
Cuando era chiquita y salía del colegio los días de lluvia, veía a papá con su paraguas negro. Ese paraguas enorme, formal, que siempre me encantó como le queda a él. Caminábamos unos metros, hasta llegar al auto. Aunque tuviera que trabajar, siempre se hacía un tiempo para venir a buscarme. Cuando fui creciendo, las cosas empezaron a cambiar. Ya no soy esa nena. No me voy sola, no puedo estar sola, por cosas que pasaron, por seguridad. Los días de lluvia ahora representan mi propio paraguas, colorido, tonto. Ese paraguas que no representa la tormenta. Bueno, por lo menos para mí. A mí me gustan las cosas claras, los días de sol coloridos, los días de tormenta oscuros. Los días de tormenta ahora representan a mamá caminando a mi lado. O a mi hermano manejando apurado, de vez en cuando, también.
Hoy me había mentalizado minutos antes, ya corría el camino en mi cabeza, sabía que paso iba a dar justo con qué gota iba a caer. Pero apareció papá, vestido de esa manera, como hace años. El sweater es otro, el pantalón es otro, la camisa es otra, los zapatos son otros, hasta su paraguas es otro, casi igual, pero diferente. Papá es el mismo. Tiene las mismas costumbres, los mismos gestos, y hoy, tuvo también el tiempo que tenía siempre para buscarme.
Y es una estupidez, algo simple. Pero fue en ese momento en el que me sentí en contacto con mi yo de hace años.
Amo los días de lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario